Paris, 1925.
La Torre Eiffel todavía no se había convertido en el monumento mas emblemático de Francia.
Tan solo era un bicho raro que desentonaba con la estética de la ciudad.
Un mamotreto con los dias contados, cuyo inminente traslado se iba posponiendo y posponiendo.
Mantenerla en condiciones era una carga que nadie queria asumir.
Una ruina.
En estas circunstancias alguien pensó fuera de la caja, como dirían los modernos, y vió un negocio cojonudo.
Su nombre, Victor Lustig.
¿Qué hizo este espabilao?
Una jugada maestra.
Atento.
Reunió a los chatarreros mas importantes de Francia en un hotel de lujo y les presentó una serie de documentos oficiales.
Todos falsos, por supuesto.
¿Qué decían esos documentos?
Que el gobierno francés le había concedido el encargo exclusivo de vender la Torre Eiffel.
Encargo, exclusivo, venta, edificio…
Un adelantado a su tiempo que ya hablaba igual que los agentes inmobiliarios del barrio de Salamanca en 2025.
Resumiendo.
Era una oportunidad única, no solo para ganar pasta, sino para posicionarse como el empresario mas famoso e importante de Francia.
Algo muy tentador.
Despues de contarles la película, les llevó a dar una vuelta por los alrededores de la torre, igual que hacen con los guiris hoy en dia.
En el paseo les fue calentando poco a poco.
Y cuando ya estaban como perras en celo fueron a comprobar su deterioro y su estado de abandono total.
Fue la venta perfecta.
Tan perfecta que uno de ellos entró al trapo:
André Poisson.
Un chatarrero con un ego tan grande como sus complejos y con menos luces que un barco pirata.
Tras llegar a un acuerdo, Victor se piró con la pasta y André se quedó a verlas venir, tan avergonzado que no denunció la estafa para no hacer el ridículo.
¿Lo más curioso de todo?
Que a los pocos meses Victor Lustig, con dos cojones como los del caballo de Espartero, volvió a Paris y repitió la jugada.
Digo curioso porque es la misma estrategia de muchas agencias.
Se establecen en un barrio, la lian parda, y cuando no queda nada que rascar se cambian el nombre y se van a la otra punta de la ciudad a seguir haciendo lo mismo.
Nadie está a salvo de ellos…
Salvo aquellos que tienen a su agente de confianza.
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